La vio apretar los puños a ambos lados del cuerpo.
—¿Eso es necesario? No son mi mejor rasgo. Son pequeñas.
—Sí, es necesario. A los hombres nos gusta verlas, aunque sean pequeñas. —Y tocarlas. Dios, estaba desando tocárselas.
Stella hizo una mueca, como si quisiera discutir con él. Cuando vio que se llevaba las manos a la espalda y se quitaba el sujetador, contuvo el aliento.
Y, después, se mordió el labio mientras sonreía. Stella no parecía ser consciente, pero tenía el tipo de pezones con los que soñaban los hombres y los bebés. Areolas de color rosado y unos pezones prominentes que, sin lugar a dudas, se pasaban el día duros, ya hiciera frío o calor, lloviera o hiciera sol. Stella Lane, la economista conservadora, tenía pezones de estrella del porno. Y él los quería en la boca ya.