Al mismo tiempo

A nosotros los escritores nos inquietan las palabras. Las palabras significan. Las palabras apuntan. Son flechas. Flechas clavadas en la piel áspera de la realidad. Y cuanto más solemnes, más generales son las palabras, más se parecen a salones o a túneles. Pueden ampliarse, o hundirse. Pueden llegar a saturarse de mal olor. A menudo nos recordarán otros salones, donde nos gustaría morar o donde creemos ya estar viviendo.

Cartas: verano de 1926

El 6 de agosto, Gertrude Ederle, una estadounidense de diecinueve años de edad, recorre a nado del cabo Griz-Nez en Francia a Kingsdown en Inglaterra, en catorce horas y treinta y un minutos, y se convierte así en la primera mujer en atravesar a nado el canal de la Mancha y la primera que al competir en un deporte de importancia supera al plusmarquista masculino mundial

Como señaló Wilde, el arte hace mucho más que instruirnos en cómo y qué hemos de apreciar en la naturaleza

La belleza del arte es mejor, «más elevada» —según Hegel— que la belleza de la naturaleza, pues la crean seres humanos y es obra del espíritu

Tanto la belleza humana y la belleza creada (el arte) suscitan la fantasía de la posesión. Nuestro modelo de lo desinteresado proviene de la belleza de la naturaleza; una naturaleza distante, descomunal, imposeíble

La belleza es parte de la historia de la idealización, que a su vez es parte de la historia de la consolación

La perenne tendencia a hacer de la belleza un concepto binario, a dividirlo en belleza «interna» y «externa», «elevada» e «inferior», es el modo habitual en que los juicios morales colonizan los juicios de lo bello.

Lejos de ser polos opuestos lo estético y lo ético, como insistieron Kierkegaard y Tolstói, lo estético mismo es un proyecto casi moral

la atribución de belleza siempre está mezclada con valores morales