Ghachimat es una pequeña localidad argelina por la que pasa el tiempo sin sobresaltos. Las amistades se cultivan desde la infancia, se sueña en voz alta, se agudiza el ingenio para lograr el amor deseado, se envidia a los que han tenido éxito, se menosprecia a los que no lo lograron, se sobrevive amoldándose al peso asfixiante de la tradición. La capital, Argel, es un baño de sangre, pero a la apacible Ghachimat no llega la inquietud, todo se ve con el sosiego que da la distancia. La indiferencia se autojustifica con aquel argumento de que las víctimas no serían tan inocentes. Un desamor precipita a uno de los hijos del lugar a embarcarse en la aventura de la guerra de Afganistán. Su regreso, convertido en héroe, despertará diabólicamente al pueblo de su letargo. Las viejas rencillas, agazapadas tras motivaciones políticas y religiosas, con proclamas irracionales contra los que leen a Marx, Sartre y Dante, lo arrastrarán a una ola de ajustes de cuentas y asesinatos en masa que desbordan el cementerio. Los corderos del Señor no es sólo una aproximación al drama argelino desde la literatura. Khadra, con un lenguaje contundente no exento de lirismo, describe la metamorfosis infernal que sufre un pueblo. Cómo sus vecinos, gente común y corriente, con sus virtudes y sus miserias, se dejan arrastrar en una espiral perversa que abandona la paz deseada por una manifiesta voluntad de guerra fratricida. El talento de Yasmina Khadra para profundizar en la sicología humana hace que la bajada a los infiernos de Ghachimat escape del marco argelino para adquirir tintes universales en los que cualquier pueblo se puede reconocer. Un espejo en el que los corderos del Señor se convierten en lobos sin sueños, en verdugos y víctimas a la vez.