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Herman Melville

Moby Dick

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  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Los tripulantes del bote, fascinados, permanecieron inmóviles. Después se volvieron. ¡La nave! ¡Dios santo, dónde estaba la nave! Pronto, a través de una bruma confusa y enajenante, vieron su espectro inclinado que se desvanecía, como en los vapores del hada Morgana, asomando apenas los topes entre las olas. Los arponeros paganos, fijos en sus puestos antes tan altos, por obstinación o por fidelidad a su destino, mantenían las guardias hundiéndose en el mar. Entonces círculos concéntricos atraparon también al bote solitario, a cada hombre, a cada remo fluctuante, a cada palo, y haciendo girar en el mismo vórtice las cosas vivas junto a las inanimadas, se llevaron hasta el último resto del Pequod.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Arrojó el arpón. La ballena herida saltó adelante; la línea se desenrolló con rapidez de llama, pero se atascó. Ahab se inclinó para soltarla, y la desprendió. Pero una de sus vueltas lo atrapó por el cuello y sin que pudiera decir una sola palabra, como los turcos sin voz estrangulan a su víctima, Ahab fue despedido del bote antes de que la tripulación lo advirtiera. Un instante después, la pesada gaza que remataba la cuerda voló de la cuba vacía, derribó a un remero y castigando el mar, desapareció en las profundidades.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    —Volveré mi espalda al sol. ¡Vamos, Tashtego! ¡Hazme oír tu martillo! ¡Oh, mis tres chapiteles indomables! ¡Oh, quilla intacta, oh casco que sólo un dios ha maltratado! ¡Oh, firme cubierta! ¡Oh, altiva barra, proa dirigida al cielo, nave gloriosa hasta la muerte! ¿Tendrás que morir apartada de mí? ¿Se me niega el último orgullo del capitán náufrago más despreciable? ¡Ah, una muerte solitaria, después de una vida solitaria! ¡Ahora siento que mi mayor grandeza está en mi mayor dolor! ¡Acudid desde los confines más remotos, olas audaces de toda mi vida pasada! ¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte! ¡Me precipito hacia ti, ballena, que todo lo destruyes sin vencer! Lucho contigo hasta el último instante; desde el centro del infierno te atravieso; en nombre del odio, vomito mi último hálito sobre ti. ¡Húndanse todos los ataúdes, todas las carrozas fúnebres en un foso común! ¡Y puesto que ni el uno ni el otro pueden ser míos, quiero ser remolcado en pedazos para seguir persiguiéndote atado a tu cuerpo, maldita ballena! ¡Así entrego mi lanza!
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Y en ese mismo instante de contemplación, Tashtego, en lo alto del mástil, quedó inmóvil con el martillo en la mano, hasta que la bandera roja, envolviéndolo a medias como un manto, se le escapó como su corazón fugitivo. Al mismo tiempo, Starbuck y Stubb, de pie en el bauprés, advirtieron la llegada del monstruo.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Al fin el bote viró y corrió paralelo al flanco de la Ballena Blanca, que parecía extrañamente indiferente a su llegada —cosa habitual entre los cachalotes— y Ahab estaba ya en la vaporosa niebla montañosa que, exhalada por el espiráculo del monstruo, remolineaba en torno a su enorme giba de Monadnock. Cuando se hubo acercado a esa corta distancia, con el cuerpo echado hacia atrás y los dos brazos levantados para mantener el equilibrio, Ahab arrojó el feroz arpón y la más feroz maldición contra el animal odiado. Mientras acero y maldición se hundían en su cuerpo como absorbidos por un pantano, Moby Dick se contrajo, roló espasmódicamente contra la proa y, sin abrirle siquiera una grieta, abatió tan de golpe la embarcación que, de no haber sido por el reborde de la banda a la cual se había aferrado, Ahab habría caído una vez más al mar. Esta vez, en cambio, fueron los tres remeros —que ignoraban el instante preciso en que era arrojado el arpón y, por lo tanto, no estaban preparados para sus resultados— los que cayeron, aunque de tal modo que en un instante dos de ellos se asieron de la regala y aprovechando el impulso de una ola se metieron de nuevo en el bote, mientras el tercero caía desesperadamente a popa, y quedaba flotando en el mar.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Ahab gritó a Starbuck que virara y lo siguiera, no demasiado aprisa, a una distancia razonable. Levantando los ojos vio a Tashtego, a Queequeg y a Dagoo que subían llenos de ansiedad a los tres palos, mientras los remeros se mecían en las dos embarcaciones desfondadas, ahora izadas a un lado del Pequod, y procuraban repararlas afanosamente. Mientras pasaba, también pudo ver fugazmente a Stubb y a Flask, que trabajaban en cubierta entre montones de arpones y lanzas nuevos. Mientras veía todo eso, mientras oía los martillazos en los botes rotos, otros martillos parecían hundirle un clavo en el corazón. Pero se recobró.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    —¡Oh, Ahab! —gritó Starbuck—. ¡No es demasiado tarde! ¡Aún hoy, el tercer día, puedes desistir! ¡Mira! Moby Dick no te busca. ¡Eres tú quien la persigue, insensato!
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    ¿Dónde está la otra carroza fúnebre? ¡Vuelvan a la nave, oficiales! ¡Ya son inútiles los botes! ¡Repárenlos a tiempo, si es posible, y después vuelvan a mí! Si no, basta con que muera Ahab… ¡Quietos, marineros! Ustedes no son hombres como los demás, sino tan sólo brazos y piernas de mi cuerpo; tienen que obedecerme… ¿Dónde está la ballena? ¿Ha vuelto a sumergirse?
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Mientras Dagoo y Queequeg procuraban obturar las tablas rotas y la ballena, alejándose de ellos, daba una voltereta y mostraba todo un flanco al pasar nuevamente frente a ellos, en ese instante se oyó un grito. Atado al lomo del monstruo, sujeto en las innumerables vueltas con que la ballena había recogido la línea de las embarcaciones, se veía el cuerpo desgarrado del parsi, con su túnica negra convertida en andrajos y los ojos abiertos fijos en Ahab.
  • Añita Piñahas quoted3 months ago
    Cómo puedes permanecer impávido ante ese espectáculo! ¡Cómo te atreves a bajar en tu bote entre esos tiburones voraces, que te persiguen con la boca abierta, precisamente en el tercer día, el peor de todos! Porque es indudable que cuando tres días transcurren en sucesión continua e intensa, el primero es la mañana, el segundo el mediodía y el tercero el ocaso, el fin de la aventura… sea cual fuere ese fin. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esto que me traspasa y me deja así, mortalmente calmo, y sin embargo a la expectativa… inmóvil en el punto máximo de un estremecimiento? Cosas aún no ocurridas pasan ante mí, como perfiles vacíos, como esqueletos; el pasado entero se ha envuelto en sombras. ¡María, muchacha! Te desvaneces a mis espaldas en una pálida aureola. ¡Hijo! Sólo creo ver tus ojos, que se han vuelto extraordinariamente azules. Los problemas más difíciles de la vida parecen aclararse; pero en el medio surgen nubes oscuras… ¿Se acerca el fin de mi viaje? Las piernas se me doblan, como si hubiese caminado el día entero. Ponte la mano sobre el corazón… ¿sigue latiendo? Sacúdete, Starbuck, apártate, muévete, habla fuerte… ¡Eh, los vigías! ¿Ven la mano de mi hijo en la colina? Estoy loco: ¡Eh, vigías! ¡Atención con los botes! ¡Vigilen la ballena!… ¡Eh, espanta a ese halcón! ¡Mira qué picotazos da! ¡Mira, se lleva la grímpola! —exclamó, señalando la bandera roja que tremolaba en el vertello del mayor—. ¿Dónde está el viejo? ¿Estás viendo lo mismo que yo, Ahab? ¡Ah, tiemblo, tiemblo!

    Los botes no se habían alejado demasiado, cuando un brazo extendido desde uno de los topes indicó a Ahab que la ballena sondeaba. Pero como quería estar cerca de ella en su próxima reaparición, siguió el mismo rumbo, algo desviado de la nave. La tripulación, hechizada, no rompía su hondo silencio y las olas seguían golpeando la regala para impedir su avance.
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