Cómo puedes permanecer impávido ante ese espectáculo! ¡Cómo te atreves a bajar en tu bote entre esos tiburones voraces, que te persiguen con la boca abierta, precisamente en el tercer día, el peor de todos! Porque es indudable que cuando tres días transcurren en sucesión continua e intensa, el primero es la mañana, el segundo el mediodía y el tercero el ocaso, el fin de la aventura… sea cual fuere ese fin. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esto que me traspasa y me deja así, mortalmente calmo, y sin embargo a la expectativa… inmóvil en el punto máximo de un estremecimiento? Cosas aún no ocurridas pasan ante mí, como perfiles vacíos, como esqueletos; el pasado entero se ha envuelto en sombras. ¡María, muchacha! Te desvaneces a mis espaldas en una pálida aureola. ¡Hijo! Sólo creo ver tus ojos, que se han vuelto extraordinariamente azules. Los problemas más difíciles de la vida parecen aclararse; pero en el medio surgen nubes oscuras… ¿Se acerca el fin de mi viaje? Las piernas se me doblan, como si hubiese caminado el día entero. Ponte la mano sobre el corazón… ¿sigue latiendo? Sacúdete, Starbuck, apártate, muévete, habla fuerte… ¡Eh, los vigías! ¿Ven la mano de mi hijo en la colina? Estoy loco: ¡Eh, vigías! ¡Atención con los botes! ¡Vigilen la ballena!… ¡Eh, espanta a ese halcón! ¡Mira qué picotazos da! ¡Mira, se lleva la grímpola! —exclamó, señalando la bandera roja que tremolaba en el vertello del mayor—. ¿Dónde está el viejo? ¿Estás viendo lo mismo que yo, Ahab? ¡Ah, tiemblo, tiemblo!
Los botes no se habían alejado demasiado, cuando un brazo extendido desde uno de los topes indicó a Ahab que la ballena sondeaba. Pero como quería estar cerca de ella en su próxima reaparición, siguió el mismo rumbo, algo desviado de la nave. La tripulación, hechizada, no rompía su hondo silencio y las olas seguían golpeando la regala para impedir su avance.