tengo marido. No tengo herederos. Una vez tuve una fortuna, pero la regalé. Mis ojos me traicionan y mis pulmones me dan problemas. No creo que viva para ver otra primavera. Moriré al otro lado del océano de donde nací y voy a ser enterrada aquí, lejos de mis padres y mi hermana. Sin duda, ya se hace usted una pregunta: ¿por qué esta mujer tan triste y desdichada se considera a sí misma afortunada?
Wallace no dijo nada. Era demasiado amable para responder a semejante observación.
—No se preocupe, señor Wallace. No intento burlarme de usted. Creo de verdad que soy afortunada. Soy afortunada porque he podido dedicar mi vida al estudio del mundo. Como tal, nunca me he sentido insignificante. La vida es un misterio, sí, y es a menudo un padecimiento, pero, si se pueden descubrir algunos hechos, hay que hacerlo…, porque el conocimiento es el más preciado de todos los bienes.