Estación Once

Se dio cuenta de que era un hombre que se arrepentía de casi todo, los arrepentimientos se arremolinaban a su alrededor como polillas pegadas a una bombilla. Esa era la principal diferencia entre los veintiún años y los cincuenta y uno, decidió, la cantidad de arrepentimientos

Tenía un gusto por las cosas buenas que solo se tiene si has crecido con poco dinero.

Allí, a plena vista, en la ladera de una colina a unos kilómetros de distancia: una ciudad o un pueblo que tenía las calles iluminadas con electricidad.

Había trescientas veinte personas viviendo en el aeropuerto de Ciudad Severn ese año

En el otoño del Año Quince ocurrió algo importante.

tenía la idea (una idea demasiado sentimental para pronunciarla en voz alta y que sabía que era algo que ninguno de sus amigos divorciados se atrevería a reconocer) de que siempre tenía que quedar algo, algo del matrimonio, alguna especie de recuerdo del amor, aunque no quedara ya el sentimiento en sí mismo. Pensaba que esas personas debían seguir significando algo para la expareja, incluso si ya ni siquiera se caían bien.

—¿Te acuerdas de ese hombre que conocimos en la gasolinera? —preguntó August.

Creía que estaba dormido.

—Claro. ¿Qué pasa con él?

—La cicatriz de su cara. —Se incorporó y se sentó—. Estaba pensando en ella y me acabo de dar cuenta de lo que es.

—El profeta le marcó.

El recuerdo era perturbador. Giró la muñeca y el cuchillo voló para cortarle el sombrero a una seta blanca que había a unos centímetros de ella.

—Sí, pero me refiero al símbolo, el dibujo de la cicatriz. ¿Cómo lo describirías?

—No lo sé —dijo recogiendo el cuchillo—. Parecía una te minúscula con un asta de más.

—Una más corta. Y cerca de la base. Piénsalo. No es algo abstracto.

—Ya lo «estoy» pensando. Y a mí sí me pareció algo abstracto.

—Es un avión —anunció August.

Gil desenterró un recuerdo vago que tenía sobre un artículo que había leído una vez, algo sobre que las partículas subatómicas están constantemente desapareciendo y reapareciendo, lo que significaba, suponía, que existe algún otro lugar donde estar, e imaginaba que eso podía sugerir que una persona podía estar a la vez presente y no presente, tal vez viviendo una vida equivalente en uno o varios universos paralelos.

El infierno es la ausencia de la gente a la que echas de menos.

No había ni rastro de la patrulla, nada en los confines del bosque, ni huellas ni señales de animales grandes ni ramas rotas visibles ni sangre. Era como si Dieter y Sayid hubieran desaparecido de la faz de la tierra sin dejar rastro.