Adiós, Hatta –avanzó hacia la puerta, pero la risa desesperada del Sombrerero la siguió. Una risa estridente. Un sollozo entrecortado.
–Pero ¿en qué se parecen? ¿En qué se parecen un cuervo y un escritorio?
La mano de Cath cayó sobre la manija de la puerta.
–En nada –respondió con gravedad, abriendo la puerta de un tirón–. Es solo un estúpido acertijo. ¡Son puras tonterías!
De pronto, inexplicablemente, el reloj de bolsillo dejó de hacer ruido.
El rostro de Hatta se derrumbó. El entrecejo se cubrió de sudor.
–Tonterías –susurró, y las palabras se quebraron–. Tonterías y más tonterías, y tonterías infinitas. Aquí todos estamos locos, ¿lo sabías? Y es algo de familia, lo llevo en la sangre, y él ha llegado. El Tiempo finalmente me ha encontrado, y yo… –tenía la voz triturada. Los ojos le ardían–. No tengo ni la más mínima idea, Su honorable Majestad. Encuentro que sencillamente no recuerdo en qué se parecen un cuervo y un escritorio.