En 63 a. C., la ciudad de Roma era una vasta metrópolis de más de un millón de habitantes, más grande que cualquier otra ciudad europea anterior al siglo XIX y, aunque todavía no tenía emperadores, gobernaba un imperio que se extendía desde Hispania hasta Siria, desde el sur de Francia hasta el Sahara. Era una creciente mezcla de lujo y basura, libertad y explotación, orgullo cívico y guerra civil homicida.