La herencia Beauvoir

Bajo el título de “Tiempos y temporalidades”, la segunda parte se subdivide, a su vez, en dos conjuntos de artículos.

Entre las ideas feministas que desarrolló en El segundo sexo y otras que defendió militando en la calle, quizás podamos destacar las siguientes líneas rectoras de su pensamiento: 1) el derecho, para una mujer, de romper con el destino esperado por el entorno familiar y social; 2) la opción por el no matrimonio y el rechazo a las tareas domésticas, como vías de escape a la alienación conyugal y hogareña; 3) la necesidad para la mujer de tener un trabajo con el fin de ser independiente económicamente; 4) la demostración de que una mujer es tan capaz como un hombre de desarrollarse intelectualmente; 5) la afirmación de que sí puede una hacerse mujer sin hacerse madre; y, 6) el derecho a tener una sexualidad placentera y con quien sea. Estas seis líneas, que suenan casi como preceptos, pueden ser vistas como los puntos de intersección entre la vida de Beauvoir y El segundo sexo. Otra manera eficaz de defenderlos fue vivirlos en carne propia y luego proyectar esta vivencia en el ámbito público

Relató también que una encuesta en Le Figaro Littéraire[21] exhortaba a la juventud a que condenara la pornografía en general y los artículos de Beauvoir en particular; que algunas librerías se negaron a vender la obra y que el Vaticano la puso en el Index.[

Con El segundo sexo, Beauvoir lanzaba la idea nueva de que la feminidad no era un dato que predeterminaba un destino sino una construcción social e histórica. En otras palabras, la escritora estaba lanzando el concepto de género sin enunciarlo, como se articularía algunas décadas después.

Es más, constata que “la mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella; ésta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto: ella es el Otro” (SS I: 12). El segundo tomo, subtitulado La experiencia vivida, se resume con la célebre frase inicial: “La mujer no nace, se hace” (SS II: 15). Con esta frase, que dio la vuelta al mundo, Beauvoir quería indicar que no existía una naturaleza femenina definida por el funcionamiento biológico del cuerpo. Insistió en el hecho de que las mujeres no se reducían a su “papel de hembra” y no estaban condenadas a tener una vida de madres, esposas y amas de casa.

Los dos tomos de la obra llevan cada uno una idea-fuerza. El primer tomo, subtitulado Los hechos y los mitos, recuerda que el mundo y sus representaciones siempre pertenecieron a los hombres y que existe una relación vertical y jerárquica entre el hombre y la mujer desde los tiempos más remotos.

19] Sorprendida, descubrió que, aunque mujer, no se había percatado de algunas facetas de la vida de las mujeres: “Me había puesto a mirar a las mujeres con unos ojos nuevos e iba de sorpresa en sorpresa. Es extraño y estimulante descubrir bruscamente a los cuarenta años un aspecto del mundo que hiere la vista y que uno no veía” (FC: 224).

Las fascinó porque, viviendo como vivió —en otras palabras: rompiendo con parte de la educación familiar, optando por una unión libre y con domicilios separados, rechazando la maternidad, siendo económicamente independiente gracias a la práctica de un oficio, viviendo en lugares públicos y liberándose así de las contingencias domésticas de un hogar—, Beauvoir transmitió a las mujeres el mensaje de que conquistar su libertad es algo posible, siempre y cuando

Beauvoir muere el 14 de abril de 1986, seis años después que él. Entre tres y cinco mil personas, venidas de todos los medios sociales, académicos y políticos, la siguen hasta el cementerio Montparnasse donde descansa Sartre. Frente a la tumba, se eleva la voz de Elisabeth Badinter: “¡Mujeres, le deben tanto

Este intento de Beauvoir se ve casi inmediatamente reflejado en cuatro de sus obras: Pyrrhus et Cinéas, el libro aborda la libertad, la acción del individuo dirigida hacia ciertos fines, así como su comunicación con él mismo y los demás; La sangre de los demás, a través de una difícil relación amorosa durante la guerra, la novela trata el tema de la culpa y de la responsabilidad, es decir, en qué medida tenemos derecho de exponer la vida del otro, aunque fuese por los mejores motivos; Todos los hombres son mortales, la obra sugiere que la muerte es una condición necesaria que da todo el valor a la existencia humana; y por último, Para una moral de la ambigüedad, el ensayo defiende un existencialismo (el de Sartre y ella) al que se reprocha reducir al hombre a la desesperanza en un mundo sin Dios ni valores (FC: 53-54 y 83-87; Bair, 409-419).