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Julio Verne

París en el Siglo XX

  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Me acerqué al estrado que ya se curvaba bajo el peso de personajes importantes. Acababan de premiar al hombre más grueso, como se hace en América en todos los concursos serios. El laureado era tan digno del premio que fue preciso llevarlo con una grúa.

    Al concurso de los hombres gruesos sucedió el de las mujeres delgadas y la laureada, al descender del estrado, mirando púdicamente al suelo, repetía este axioma de uno de nuestros filósofos espirituales: «Amamos a la mujeres gruesas, pero adoramos a las delgadas».
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    ¡Sí! Todo había cambiado en este mundo. Todo había seguido la vía del progreso. Ideas, costumbres, industria, comercio, agricultura, todo se había modificado... Únicamente la primera frase del discurso del señor delegado seguía siendo lo que era antaño, la que siempre será al comienzo de toda arenga oficial.

    —Señores: como siempre, es un gran honor encontrarme...
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    —¿Está prohibido hoy ser soltero? –pregunté.

    —Más o menos, desde que se impuso un gravamen sobre la soltería. Es un impuesto progresivo. Cuanto más se envejece, más se paga y como, por otro lado, cada vez hay menos posibilidades de casarse, de este modo se arruina a las personas en poco tiempo. Ese desgraciado que vemos habrá consumido una gran fortuna.
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Hubiera inspirado compasión si la compasión no estuviera prohibida en la tierra en aquel tiempo de egoísmo.
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Esta inmensa calamidad afectó especialmente a la agricultura. Las vides, los castaños, las higueras, las moreras, los olivares de la Provenza perecieron en grandes cantidades. El tronco de los árboles se hendía de golpe de arriba abajo. Ni las aulagas ni los brezos sobrevivieron a causa de la nieve.

    Las cosechas del año de trigo y heno quedaron destruidas.

    Cabe imaginar los sufrimientos espantosos de la población pobre, a pesar de las medidas del Estado para aliviarlos. Todos los recursos de la ciencia eran impotentes ante semejante invasión. La ciencia había domado el rayo, suprimido las distancias, sometido a su voluntad el tiempo y el espacio, puesto las fuerzas más secretas de la naturaleza al alcance de todos, contenido las inundaciones, dominado la atmósfera pero no podía nada contra aquel terrible e invencible enemigo, el frío.
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Esta última comprendía el gran drama histórico y el drama moderno.

    El primero contaba con dos secciones de historia completamente distintas: una era la historia real, seria, recogida palabra por palabra en los buenos autores. La otra, una historia afrentosamente falseada y desnaturalizada, de acuerdo con el axioma de un gran dramaturgo del siglo XIX:

    Hay que violar la historia para hacerle un hijo[4].

    Y se le hacían hijos hermosos que no se parecían en absoluto a la madre
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    «¿Qué he venido a hacer en este mundo?», se decía. «Ni siquiera me han invitado. Quiero irme de él.»
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Llegó el mes de diciembre, el mes de todos los fracasos, frío, triste, sombrío, el mes que acaba el año sin que acaben los dolores, ese mes que está casi de más en todas las existencias.
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Los cincuenta teatros de la capital se nutrían en ella de piezas de todos los géneros. Unas estaban ya hechas, otras se escribían por encargo; unas se escribían para un actor, otras para favorecer una idea.

    La censura desapareció sin más ante este nuevo estado de cosas y sus emblemáticas tijeras se oxidaban en el fondo de los cajones. Estaban muy melladas por el uso, pero el gobierno se ahorró el gasto de afilarlas
  • Soliloquios Literarioshas quoted5 years ago
    Los autores funcionarios vivían bien y no se extenuaban. Ya no se veían aquellos poetas bohemios, aquellos genios miserables que parecían protestar eternamente contra el orden de las cosas. ¿Sería aceptable quejarse de aquella organización que mataba la personalidad de la gente y proporcionaba al público la cantidad de literatura que necesitaba para sus necesidades?
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