Julian Baggini

Al sentirse incapaz de distinguir la verdad de la mentira, el electorado escoge a sus políticos basándose en factores más emocionales. Y es que, cuando perdemos confianza en nuestro cerebro, nos dejamos guiar por las tripas y el corazón.

La religión no solo promueve verdades distintas, sino que propugna distintos fundamentos de verdad. La verdad de la religión es algo que muchos creyentes sienten de forma visceral. Está unido a su yo, a su identidad y a su sentido de pertenencia. Es casi tanto, o más, sentida que pensada

aceptar que hay una mente divina más allá de la comprensión humana; así que, por supuesto, nuestra comprensión será, en comparación, limitada y parcial. En lugar de insistir en precisar la verdad, lo más racional para los religiosos es aceptar que la fe tiene un elemento de misterio

Si concedemos que se puede decir la verdad sobre algo y que hay expertos en ese campo, podemos llevar a cabo la última etapa del triaje. Entonces, y solo entonces, podemos preguntarnos si vale la pena creer a un experto en particular.

La cuestión es cuándo es correcto aceptar (o, al menos, dar crédito) a la versión de la verdad que nos ofrece una autoridad. Para determinar esto necesitamos algún tipo de triaje epistemológico. Primero nos preguntamos: ¿es este un dominio en el que alguien pueda decir la verdad?

El escepticismo sobre cualquier supuesta autoridad es, por tanto, a menudo secundario respecto al escepticismo de aquello sobre lo que esa autoridad habla.

Si creemos que hay verdades que conocer, la segunda etapa del triaje es preguntarnos qué expertos son fiables en ese campo.

Este triaje debe tener en cuenta el hecho de que no todas las opiniones de los expertos son iguales.

Toda cultura acepta a algunas personas como autoridad. La verdad solo sufre en este proceso si tal autoridad no es merecida o se excede en su ámbito. No es merecida cuando no hay verdades que descubrir o nadie está en situación de afirmar conocerlas especialmente. Se excede en su ámbito cuando se toma a alguien por experto en un asunto que está más allá del ámbito que domina.

El principio de que la autoridad debe ser merecida y no excederse de su ámbito parece bastante claro, pero ponerlo en práctica es extremadamente difícil.