Claudia Hernandez

el distrito hispano es tercer mundo aunque esté en el primero.

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TIP: Extender el cuerpo sobre la cama en la posición decúbito dorsal, con una pierna flexionada y sin arrugas en la ropa produce siempre la sensación de tener nuevamente en casa no solo a un hijo perfecto, sino a uno vivo.

¿CUÁNDO EMPEZASTE A JUZGAR TU CUERPO?

Cuando volvió a los dos meses de haberla tenido y amamantado, él tenía ya otra pareja. No le contó a su hija ni eso ni que él no preguntó por su estado, ni que no quiso saber detalles, ni que le dijeron que no podía culparlo por actuar de esa manera: había recibido un castigo muy fuerte a causa de ellas. Con suerte, había mantenido su lugar en el grupo.

Ofreció cortarse la lengua si lo que temían era que fuera a decir algo. Suplicó que al menos la dejaran quedarse un tiempo más con su hija, un año más, unos meses más, unos pocos días al menos.

Le dijeron que no debía preocuparse por la bebé: estaría a salvo. Quedaría en un hogar con aliados suyos que la cuidarían bien hasta que llegara el final de la guerra. Entonces ella podría bajar a estar con ella, a cuidarla, a peinarla como a las muñecas que le gustaban, a vivir el resto de la vida juntas.

La mejor forma de protegerla era no bajar a visitarla porque los soldados podían seguirla, ubicar a la niña y matarla para debilitarla.

Bajar era un riesgo que ella habría tomado. Una chica muy hermosa, muy alta y muy diferente del resto de ellas lo hacía para ver a su ahijada por un par de horas. Ella podía hacer lo mismo. Era lista. Le habría sido más sencillo mezclarse con la población. Por eso decidieron mover a su hija del sitio donde había nacido y negarle información al respecto. Le juraron que la guiarían a ella el día que la guerra terminara. Pero no cumplieron. En el momento en que todo terminó de manera oficial, ella pidió verla de inmediato. Había sido una larga espera y ella se había mantenido con vida, como le habían pedido. Quería el resto de la promesa en ese instante. No podía seguir esperando ni quería hacerlo.

Él fue quien le dijo lo que nadie había querido hasta entonces: que su niña no estaba donde le dijeron que estaría. No sabía con exactitud en qué sitio estaba, pero le prometía que lo averiguaría. Él le ayudaría a recuperarla. ¿De dónde? ¿No lo sabía? El castigo que habían decidido para la pareja por su falta había sido entregar a la niña para juntar fondos para la causa que defendían. Supuso que su compañero prefirió no decírselo para evitarle el sufrimiento. Quizá pensó que ella no duraría demasiado en la guerra, que no alcanzaría a ver su final.

da una versión muy sencilla y muy escueta de los hechos y le cuenta que sus hermanas están felices de que los de la asociación del sacerdote la hayan encontrado.