Dispuse de unos segundos -segundos de paz si hacía caso omiso de los bocinazos coléricos y las diversas versiones de «gilipollas» que me llegaban de todas direcciones-para quitarme mis Manolo destaconados y arrojarlos al asiento del copiloto. No tenía dónde secarme el sudor de las manos salvo en los pantalones Gucci de ante, los cuales «abrazaban» mis muslos y caderas con tanto entusiasmo que ya había empezado a notar un hormigueo al poco rato de abrocharme el último botón.