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hay cosas que no son visibles hasta que estás realmente preparado para verlas

Cuando desatendemos a alguien basándonos en una sabiduría superficial, un falso respeto o un falso conocimiento, nos convencemos de que se trata de su vida; nos decimos que no es cosa nuestra, que es mejor no implicarse. A la mierda con todo eso. Implícate. O todos sentiremos el dolor

En primer lugar, el hombre adquiere el conocimiento, que es conocimiento de sí mismo. Luego obtiene la sabiduría, que es el reflejo de ese conocimiento. Luego obtiene la comprensión, que es la capacidad de actuar sobre la base de la sabiduría. Con la comprensión viene la conciencia de la propia libertad (que te libera de la ignorancia) o, en otras palabras, el libre albedrío. Pero la libertad funciona siempre bajo una ley: la ley de la justicia. Eso significa que soy libre de darte una bofetada, pero a continuación se me aplicará la justicia: mis acciones tendrán una recompensa o un castigo. En consecuencia, debo velar por la igualdad, pues todos los hombres han sido creados iguales. Actuando con igualdad los unos hacia los otros fomentamos la libertad, la justicia y la igualdad, que son las Joyas de la cuarta a la sexta.

Todas esas cosas forjan el carácter de un hombre. Y, después de conseguirlas, este puede dedicarse a conseguir comida, ropa y cobijo, que también tienen significados tanto físicos como espirituales. Cómo no, la comida es alimento, el cobijo es un hogar y la ropa es protección; pero la comida espiritual es el alimento del árbol de la vida: sabiduría, ciencia e historia, alimento para la mente. La ropa espiritual es la forma en que uno se comporta: cómo camina, cómo se mueve y habla. Si uno se viste de forma virtuosa, incluso la ropa más desaliñada tendrá dignidad. Y el refugio espiritual es la protección de la mente contra los elementos malignos del ambiente: las mentiras y la corrupción del mundo exterior. Así pues, si uno tiene esas tres Joyas, su casa será como la de un rey aunque viva en una choza.

Las Joyas me permitían sentir que, aunque mi cuerpo estuviera en el infierno, mi mente no tenía por qué estarlo. La mayoría de la gente deja que su cuerpo guíe su mente. Cuando alguien tiene una adicción a las drogas, en realidad lo que está enganchado es el cuerpo. La heroína produce una adicción física: cuando te falta, te pones enfermo. Y, sin embargo, aunque el adicto sea el cuerpo, es la mente la que te castiga cada vez que la consumes. En cambio, cuando tu mente alcanza las Joyas, es esta la que guía al cuerpo. Así que, aunque vivas un infierno físico, perseguir las Doce Joyas permite que tu mente guíe a tu cuerpo hacia el Cielo.

Las Doce Joyas no se consiguen de una sola vez: hay que esforzarse y prepararse para poder alcanzarlas. Pero una vez hayas obtenido las primeras nueve, estarás listo para lograr una vida verdaderamente satisfactoria. Es entonces cuando puedes alcanzar el amor, que es la más alta expresión de la comprensión, ya sea entre dos personas o entre todos los miembros de la humanidad. Alcanzado el amor, uno puede aspirar a la paz y, finalmente, a la felicidad, que es la satisfacción total y completa con uno mismo. Es entonces cuando te das cuenta de que nada ni nadie más puede hacerte feliz, que la felicidad empieza y termina en ti mismo. Si estás completamente satisfecho contigo, nadie te la podrá arrebatar.

«La verdad a destiempo no da frutos», escribió el antiguo filósofo chino Mencio. Para mí eso significa dos cosas. Una: que hay un momento y un lugar para que florezca cada tipo de conocimiento. Y dos: que los atributos personales de los grandes mensajeros suelen ser irrelevantes. Por ejemplo, dicen que Martin Luther King Jr. era un fornicador. ¿Importa? ¿Tú en qué crees: en el mensajero o en su mensaje? Yo creo en el mensaje. Por eso, cuando leo ciertos libros o veo ciertas películas, me salto los nombres: ¿qué más da quién dijo algo, si es verdad? Por alguna razón, siempre me he sentido así: el conocimiento, como Dios, está ahí fuera y es ajeno a etiquetas e imágenes. El pensamiento oriental, el cristianismo, los cómics, el kung-fu... Todos contienen verdades y cada una tiene su momento, ya sea en la historia o en tu propia vida. Y en la primavera de 1980 recibí la bendición de la verdad de las Matemáticas Divinas de la mano de mi primo GZA, que me iluminó.

Hay mucha gente en nuestra cultura que ve la vida en términos de opuestos: el bien contra el mal, yo contra ti, valioso contra inútil, blanco contra negro. Los taoístas creen que hay que ir más allá para encontrar la unión esencial. Cuando formamos Wu-Tang Clan solíamos decir: «Tang is the slang, Wu is the way» (‘Tang es la jerga, Wu es el camino’). En ese momento no conocía aún el significado de tai chi, pero resulta que di en el clavo. En cierto modo, Wu-Tang me puso en la senda de una sabiduría que unificaba las Matemáticas y el taoísmo, y que me mostró su armonía esencial.

El islam no es una religión, sino una manera de vivir en contacto con el universo. Lo mismo ocurre con el Tao, que significa ‘camino’: es el camino del universo. Las únicas diferencias entre el taoísmo y el islam son las ideas y las tradiciones esotéricas que se han ido desarrollando a su alrededor. Los verdaderos taoístas no hablan de diferentes dioses; los verdaderos budistas no se refieren a varias deidades. Y, en el fondo, el principio básico es el mismo para el taoísmo, el budismo y las Matemáticas: ser uno con el universo, uno con Dios. Los tres son el Camino.

Si no encuentras amor en tu corazón, este terminará matándote. Sucederá antes en las calles, pero tarde o temprano acabará contigo estés donde estés.

Al día siguiente, después de pasar la noche en vela leyendo la Biblia, volví a verlo y empecé a citar pasajes de lo que había aprendido del folleto y de esa primera serie de Lecciones. Mi primo quedó impresionado y me dio la siguiente serie. Había llegado el momento de que yo encontrara el conocimiento, pero para ello antes debía encontrar el conocimiento de mí mismo.

Ese es un tipo de conocimiento que no puedes buscar: tienes que dejar que acuda a ti a través de la meditación, sentándote en silencio y a solas, en actitud contemplativa. A principios de los ochenta, cuando te iniciabas en las Matemáticas, tenías que ayunar durante tres días antes de que te confirieran el conocimiento y empezara tu formación. Era algo así como la prueba a la que debe someterse un nuevo shaolín para demostrar que está centrado y comprometido. Yo la pasé con once años.