—¿De verdad le harías volver? ¿En serio? —preguntó Neil—. No me lo puedo creer.
—Esto no tiene nada que ver contigo —dijo Riko.
—Deja de ser tan egoísta de una vez —dijo Neil y Kathy ahogó un grito. Kevin le pellizcó el brazo a modo de advertencia, pero él lo apartó—. Si el sueño de Kevin siempre ha sido ser el mejor en el terreno de juego, ¿qué te da derecho a arrebatárselo? ¿Cómo puedes pedirle que se conforme con menos? Los Zorros le están dando la oportunidad de jugar, mientras que vosotros queréis obligarle a dejar la cancha. No tiene ningún motivo para volver.
—En la Estatal de Palmetto está desperdiciando su talento.
—No tanto como en la Edgar Allan —dijo Neil. Alguien entre el público rio, divertido por el invitado bocazas de Kathy—. ¿Vuestro equipo es el primero de la liga? Enhorabuena, ¿y qué? Mantener la primera posición es mucho más fácil que empezar desde lo más bajo. Eso es lo que está haciendo Kevin ahora mismo. Se está enfrentando a equipos nuevos y aprendiendo a jugar con su mano no dominante. Cuando la domine, y lo hará, será mejor de lo que nunca habría sido contigo. ¿Sabes por qué? —preguntó, pero no dejó que Riko contestara—. No se trata solo de talento natural. Es porque está con nosotros. Solo hay diez Zorros este año. Piénsalo. Anoche jugamos contra el Breckenridge, un equipo con veintisiete jugadores. Pueden hacer tantos cambios como quieran porque tienen una pila de suplentes. Nosotros no tenemos esa posibilidad. Tenemos que aguantar el tipo solos.
—No aguantasteis el tipo —dijo Riko, por encima de los aplausos de los Zorros—. Perdisteis. Vuestra universidad es el hazmerreír de la NCAA. Sois un equipo que no sabe jugar en equipo.
—Por suerte para ti —dijo Neil—. Si presentáramos un frente unido no tendríais ni la menor oportunidad contra nosotros.
—No duraréis mucho y tu arrogancia infundada es un insulto para todo aquel que se ha ganado su puesto en primera división. Todo el mundo sabe que la única razón por la que Palmetto está en primera es vuestro entrenador.
—Qué curioso, tengo entendido que así fue como entró la Edgar Allan.
—Nosotros nos hemos ganado nuestro prestigio una y otra vez. Vosotros solo habéis conseguido inspirar pena y desdén, dos cosas que no deberían tolerarse en el deporte. Alguien con tan poca experiencia como tú no tiene derecho a opinar.
AAAAAAAA