bastardilla

La idea de suicidio me persigue». No es menos irónico que en sus cuadernos Sylvia Plath asegurase que Virginia Woolf solo le empezó a gustar a raíz de La señora Dalloway y, en concreto, a través de sus reflexiones sobre la luz y la oscuridad, esto es, sobre la vida y la muerte

liberarse. En ¿Cómo debería leerse un libro?, Virginia Woolf defiende la autonomía de los malos lectores: «Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En cualquier otra parte nos pueden atar leyes y convenciones; ahí no tenemos ninguna

leer no es vivir muchas vidas / leer es que te den una paliza

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Dice Marcel Proust que hay momentos en los que la lectura puede dejar de ser saludable para sus adeptos. Momentos en los que los libros no facilitan nuestra mirada crítica ni nuestra creatividad, sino que obsesivamente nos someten.5

, Umberto, recupera esa escena en un momento de La memoria vegetal, donde sugiere que no se lee solo con el cerebro, sino que se lee con todo el cuerpo, «por eso con un libro lloramos, reímos, y al leer un libro de terror se nos ponen los pelos de punta

Citas de lectura, donde Sylvia Molloy narra su primer contacto con la literatura, que sucedió mucho antes de empezar a leer por sí misma, cuando un adulto le leía cuentos de hadas en voz alta. Tiernamente, comienza el vicio.

La lectura es una daga. Atravesada por los mil puñales del leer sobre el leer, Sumisa se sienta frente al escritorio barcelonés y teclea, con su añorado amante como destinatario, lo siguiente:

La lectura como algo físico es algo que empieza a convertirse en una búsqueda. En la antesala de una teoría propia. En un nombre más amable para su sumisión. Ya no se trata de la lectura fisiológica de Eco, Umberto, ni tampoco de aquellas referencias de Sylvia Plath hacia los dolores de espalda de su esposo maltratador cuando este dedicaba tan largas horas al estudio de sus libros preferidos. Leer duele de manera prosaica. Leer acapara al cuerpo en su totalidad.

La lectura como algo físico es algo que empieza a convertirse en una búsqueda. En la antesala de una teoría propia. En un nombre más amable para su sumisión. Ya no se trata de la lectura fisiológica de Eco, Umberto, ni tampoco de aquellas referencias de Sylvia Plath hacia los dolores de espalda de su esposo maltratador cuando este dedicaba tan largas horas al estudio de sus libros preferidos. Leer duele de manera prosaica. Leer acapara al cuerpo en su totalidad.

Lo que leemos se nos contagia, aunque podamos portarlo toda una vida de manera asintomática. Como un amor plural: dejar que la daga de las lecturas múltiples entre hasta el fondo. Su amante lo dijo una vez en la televisión pública, y le tomaron por loco: «Para mí, mi relación con Rousseau, con Heidegger o con Deleuze es casi tan importante como con mi pareja sexual».