Carlos Cuauhtémoc Sánchez

mis veintitrés años había compartido el lecho con... ¿Cuántas mujeres? No logré definir el número. Cualquiera pudo haberme contaminado. Pero, ¿de qué?

Insomne, traté de concentrarme en el recuerdo de cuanto había vivido esa noche, buscando algún indicio de enfermedad en el cuerpo de Joana. Me eché en la cama y cerré los ojos para revivir cuidadosa, casi morbosamente, los detalles de esa experiencia inusual.

Después del magreo en el que ella quitó mi ropa superior y yo quité la de ella, subimos la escalera sin decir palabra.

La habitación estaba alfombrada de color durazno. Nos descalzamos para estar más cómodos.

Joana se soltó de mi brazo y anduvo de un lado a otro como una niña admirando los lujos del lugar. Apenas dio los primeros pasos se deshizo por completo del vestido, dejándolo en el suelo.

Pero el hombre no es malo cuando sabe. Es malo por ignorante...

Alguna vez leí que los adolescentes son como náufragos con sed.

—Hijo, sólo el amor cambia vidas; puede impulsar al peor de los hombres a ser más grande, más noble, más honesto…

Era más hermosa aún de lo que parecía a lo lejos.

¿Son verdes o azules?

Eres preciosa y quiero conocerte.

Los seres humanos somos lo que creemos ser y nuestro autoconcepto se conforma con las últimas experiencias que nos quedamos.

Los resultados que obtenemos en un deporte, en el estudio, en concursos y hasta en relaciones humanas y amorosas, están determinados por nuestras últimas experiencias.

Princesa, he vuelto al calabozo.

Por favor, rescátame.