Juan Mariné Isidro

La ira», dice Aristóteles, «es necesaria y sin ella nada se puede conquistar, si no llena ella el ánimo y el espíritu enardece; ahora bien, hay que servirse de ella no como general sino como soldado

La razón no mira nada más [2] que aquello de lo que se trata: la ira se deja impresionar por cuestiones vanas y que se presentan al margen de la causa

La ira no debe sólo ponerse en marcha, sino salir corriendo, pues es un impulso; ahora bien, nunca se da un impulso sin el consentimiento de la mente y, evidentemente, no puede pasar que se trate sobre venganzas y castigos sin que lo sepa el espíritu.

Preciso es que tema a muchos quien muchos temen

Pues bien, nada hay tan difícil y arduo que no lo supere la mente humana y se lo haga familiar gracias a un ejercicio intenso, y no hay sentimientos tan fieros e independientes que no [4] queden bien domados gracias a la disciplina.

ninguna circunstancia nutre más la iracundia que un lujo inmoderado e intolerante: hay que tratar con rudeza al espíritu, para que no note más que los golpes duros

¿Quién es ése que se reconoce inocente respecto a todas las leyes? Aun siendo eso así, ¡qué limitada inocencia es ser bueno ante la ley! ¡Cuánto más ampliamente se extiende la regla de los deberes que la del derecho! La piedad, la humanidad, la generosidad, la justicia, la buena fe, ¡cuántas cosas exigen que están [3] todas más allá de los códigos civiles!

Los defectos ajenos los [8] tenemos ante los ojos, a nuestras espaldas están los nuestros

El mejor remedio para la ira es la dilación. Exígele al principio no que perdone sino que piense: tiene un primer impulso intenso, desistirá si espera. Y no intentes eliminarla entera de un golpe: toda ella será derrotada mientras la acosamos [2] por partes.

Los hombres juzgan injustas algunas cosas porque no habrían debido sufrirlas, otras porque no las habrían esperado. Consideramos indignas las que son imprevistas 104 ; así pues, nos transtornan sobre todo las que ocurren en contra de nuestras esperanzas y expectativas, y no es otro el motivo por el que en nuestros íntimos nos ofende lo más mínimo, en nuestros [3] amigos llamamos ultraje al descuido.