En efecto, hay algo más estereotipado, más chillón, más ñoño, más «hortera» que el kitsch descrito, desde mediados del siglo XIX, como algo inseparable de todo un conjunto de rasgos peyorativos: la copia, la baratija, la bagatela, la petulancia, el exceso, la exageración, el oropel, lo «demasiado».