Liu Tsung Yüan

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    Lejos de perderse en las especulaciones metafísicas del budismo, los taoístas no olvidan nunca al hombre concreto que, para ellos, es el hombre natural. Sus emblemas son el pedazo de madera sin tallar y el agua, que adquiere siempre la forma de la roca o del suelo que la contiene. El hombre natural es dúctil y blando como el agua; como ella, es transparente. Se le puede ver el fondo y en ese fondo todos pueden verse. El sabio es el rostro de todos los hombres
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    Ante las sutilezas del dialéctico el sabio verdadero recurre, sonriente, al conocido método de reductio ad absurdum. En nuestra época erizada de filosofías y razonamientos cortantes y tajantes (preludio necesario de las atroces operaciones de cirugía social que hoy ejecutan los políticos, discípulos de los filósofos), nada más saludable que divulgar unos cuantos de estos diálogos llenos de buen sentido y sabiduría. Estas anécdotas nos enseñan a desconfiar de las quimeras de la razón y, sobre todo, a tener piedad de los hombres
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    El carácter utilitario y conservador de la filosofía de Confucio, su respeto supersticioso por los libros clásicos, su culto a la ley y, sobre todo, su moral hecha de premios y castigos, eran tendencias que no podían sino inspirar repugnancia a un filósofo-poeta como Chuang-Tzu. Su crítica a la moral fue también una crítica al Estado y a lo que comúnmente se llama bien y mal. Cuando los virtuosos –es decir: los filósofos, los que creen que saben lo que es bueno y lo que es malo– toman el poder, instauran la tiranía más insoportable: la de los justos. El reino de los filósofos, nos dice Chuang-Tzu, se transforma fatalmente en despotismo y terror. En nombre de la virtud se castiga; esos castigos son cada vez más crueles y abarcan a mayor número de personas, porque la naturaleza humana –rebelde a todo sistema– no puede nunca conformarse a la rigidez geométrica de los conceptos
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    La sociedad ideal de Chuang-Tzu es una sociedad de sabios rústicos. En ella no hay gobierno ni tribunales ni técnica; nadie ha leído un libro; nadie quiere ganar más de lo necesario; nadie teme a la muerte porque nadie le pide nada a la vida. La ley del cielo, la ley natural, rige a los hombres como rige a la ronda de las estaciones. Así, el arquetipo de los taoístas es el mismo de los confucianos: el orden cósmico, la naturaleza y sus cambios recurrentes. Sin embargo, lo mismo en el dominio de la política y la moral que en el de las ideas, su oposición es irreductible
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    Nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, la eficacia, la utilidad y sacrifica todo a esos ídolos. Es consolador saber que, hace dos mil años, alguien predicaba lo contrario: la oscuridad, la inseguridad y la ignorancia, es decir, la sabiduría y no el conocimiento
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    El sabio, el santo, es aquel que está en relación –en contacto, en el sentido directo del término– con los poderes naturales. El sabio obra milagros porque es un ser en estado natural y sólo la naturaleza es hacedora de milagros
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    Utilidad de la inutilidad
    Hui-Tzu dijo a Chuang-Tzu: «Tus enseñanzas no tienen ningún valor práctico». Chuang-Tzu respondió: «Sólo los que conocen el valor de lo inútil pueden hablar de lo que es útil. La tierra sobre la que marchamos es inmensa, pero esa inmensidad no tiene un valor práctico: lo único que necesitamos para caminar es el espacio que cubren nuestras plantas. Supongamos que alguien perfora el suelo que pisamos, hasta cavar un enorme abismo que llegase hasta la Fuente Amarilla1: ¿tendrían alguna utilidad los dos pedazos de suelo sobre los que se apoyan nuestros pies?». Hui-Tzu repuso: «En efecto, serían inútiles». El maestro concluyó: «Luego, es evidente la utilidad de la inutilidad»
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    Quietud, pasividad, pobreza, la substancia del Método, el secreto de nuestros poderes. El sabio reposa; porque reposa, está en paz; su paz es serenidad. Al pacífico y sereno no lo asaltan ni dañan alegría o tristeza. Intacto, entero, unido a sí mismo y a su ser interior, es invencible.
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    Los Ch’in capturaron a una hija del gobernador de Ai. Los primeros días de cautiverio la muchacha empapó su vestido con lágrimas; más tarde, cuando la llevaron al palacio del príncipe y vivió en la riqueza, se arrepintió de su llanto. ¿Cómo saber si los muertos se arrepienten ahora de la codicia con que se aferraron a la vida?
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    Chuang-Tzu agonizaba. Sus discípulos le dijeron que deseaban honrarlo con un funeral decoroso. Él repuso: «El cielo y la tierra por féretro y tumba; el sol, la luna y las estrellas por ofrendas funerarias; y la creación entera acompañándome al sepulcro. No necesito más». Los discípulos insistieron: «Tememos que los buitres devoren tu cadáver». Chuang-Tzu respondió: «Sobre la tierra me comerán los buitres; bajo ella, los gusanos y las hormigas. ¿Quieres despojar a los primeros sólo para alimentar a los últimos?».
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