Martin Paul Eve

Entonces, según podrán conjeturar los lectores, tomaré una definición amplia de “contraseña” que está basada en su función. Los encantamientos mágicos, un apretón de manos, un laberinto, el cuerpo y los códigos genéticos son fenómenos de exclusión y admisión sobre la base de un conocimiento o una propiedad previamente compartidos. Además, estos contienen un desafío implícito o explícito para producir estos artefactos. Aquí se denominará “contraseña” a cualquier objeto que excluya a través de la mediación del conocimiento o la propiedad, por tener una función idéntica a las verdaderas “palabras de paso”.

En el nivel más básico, no obstante, una contraseña consiste en un secreto compartido o en la exclusión sobre la base de la identidad. La idea del “secreto” es fundamental para reflexionar acerca de las contraseñas. Sin un secreto, no existe la necesidad de una clave. La propia noción de secreto yace en ideas de exclusión y en la dicotomía del adentro y el afuera.

En efecto, como parte de los rasgos inmutables de los sistemas militares, las contraseñas pueden categorizarse en sentido amplio como objetos que protegen tres tipos diferentes de espacios: los espacios físicos, los espacios de información y los espacios de acción.

“las condiciones económicas y demográficas que son propicias a la violencia también lo son para el desarrollo de un sistema político complejo y centralizado”

Aunque no constituya un elemento decisivo para las contraseñas, el secreto, en calidad de componente central, es fundamental para que un sistema político sea exitoso, complejo y centralizado, así como también para que existan culturas donde se coordina la violencia.

En la época de los romanos, con el anochecer se creaban ciertas condiciones de distancia e iluminación que hacían que la identificación oral por contraseña fuera la única manera adecuada y segura de verificar la identidad. En otras palabras, igual que sucede en la situación actual, las contraseñas funcionan como un sustituto de la falta de reconocimiento facial o vocal, sea porque las partes no se conocen entre sí de esa manera o porque se impone una distancia entre quien presenta el desafío y quien lo responde, lo cual lo vuelve imposible de realizar.

La criptografía es el arte de codificar mensajes con el fin de que solo los destinatarios deseados puedan leerlos. Suele tratarse de una instancia de seguridad por diseño, en lugar de por oscuridad, en la que no importa si la comunicación es interceptada, porque de todos modos el mensaje permanece ilegible. Además de los sistemas de criptografía asimétrica a los que volveremos más adelante, existen muchos sistemas que se basan en que el destinatario sepa la palabra o la frase que ha sido empleada como “clave” del mensaje: la contraseña.

Como estos cifrados son simétricos, lo cual significa que se utiliza el mismo procedimiento para desencriptar el mensaje que para encriptarlo, todo lo que el destinatario debe saber es el modo en que el emisor codificó sus palabras.

No obstante, en algún sentido, saber el método de encriptación (una clase de práctica) puede funcionar como un tipo de “contraseña”. En efecto, la restricción sobre el conocimiento del método comparte varias características con las contraseñas: limita el acceso basándose en un sistema de saberes previamente compartidos.

Para enviar un mensaje secreto en la época de los romanos, Eneas el Táctico señala que es necesario que “previamente exista un acuerdo privado entre el que lo envía y el que lo recibe”; el segundo canal

En algún sentido, aquí las contraseñas que se relacionan con la criptografía no son distintas de otros tipos de claves: otorgan acceso a un ámbito que antes era inaccesible mediante la verificación de que el destinatario está en posesión de un conocimiento compartido previamente.