Como todos sus lectores recuerdan, García Márquez incorpora en su narración a personajes de otras novelas latinoamericanas: Víctor Hughes de El siglo de las luces, un personaje relacionado con el protagonista de La muerte de Artemio Cruz, el bebé Rocamadour de Rayuela… Sin embargo, en la novela del colombiano, que es la narración voraz y total de la historia de una familia y de una nación y que es también el símbolo lingüístico de un continente (y muchas cosas más, afortunadamente), Pedro Páramo no está presente en la mención de uno de sus personajes; está tejido con su propia carne textual, ofreciéndole a su imagen inaugural el ritmo, el tono lexical, la mesura de las frases: la frase inicial de Cien años de soledad será un tema fundamental a lo largo de la novela con variaciones en momentos decisivos de la historia, siempre ante la cercanía de la muerte, como en el memorable pasaje de la masacre de obreros de la bananera