Andre Aciman

Me odiaba a mí mismo por sentirme tan desdichado, tan extremadamente invisible, tan enamorado,

Quítate la ropa, Oliver, y métete en mi cama, déjame acariciar tu piel, pon tu pelo sobre mi carne, tu pie sobre el mío, aunque no hagamos nada, acurruquémonos, tú y yo, cuando la noche se extiende en el cielo

el atisbo de la aurora en una noche tormentosa

Un solitario mirlo que descansaba sobre un pino mediterráneo entonaba unas pocas notas que se perdían inmediatamente entre el zumbido de las cigarras.

y sin ni tan siquiera admitirlo, había estado intentando (sin éxito) recuperarle

Nunca era demasiado tiempo el que pasabas mirándolos, sino que necesitabas seguir al tanto para averiguar por qué no podías evitarlo.

la promesa de tanta dicha rondando las puntas de os dedos

el ingenio desesperado que le brindo a todo el mundo que quiero y deseo que me quiera, las separaciones que intercalo entre el mundo y yo que no son sólo una, sino una serie de capas de puertas deslizables de papel de arroz, el impulso por codificar y descodificar lo que ni siquiera estuvo jamás en código

Los sonidos y los olores con los que he crecido y que conozco de cada año de mi vida de repente se volvieron en mi contra y adquirieron un cariz tintado por lo ocurrido aquel verano.

cuando no había ni un alma todavía y nuestra casa parecía tan sólo un espejismo lejano