Inés Garland

No era de los que te dejan saber lo que piensan, pero te dejaba mirar cómo lo pensaba

No puedo seguirlo hasta allí, donde está eso, el lugar de las heridas, somos también sin el otro.

La idea del hogar: la estafa encantadora y la evasión; rendirse al anhelo y al descanso

En esta parte del mundo, ella era el mundo.

Es inaceptable, todo ese echar de menos aturdido y ansioso que se le pide a una persona que tolere en su vida. No se debe tolerar, no realmente.

A pesar de todos mis impulsos y toda mi experiencia en la conservación del pasado, de mi manera profesional y sacerdotal de preservarlo y de cortejarlo con elegancia, nunca supe qué hacer con esos años de mi vida: llevarlos a cuestas, o amputarlos, ¿dejarlos en libertad?

¿Cómo podía saber o esperar que ella tuviera guardada toda nuestra vida compartida, que no la hubiera descartado para hacerles lugar a otros días y otros afectos y cosas que ahora habían anidado en ella dejándole sus marcas?

me abrazó tanto que me sentí abandonada cuando me soltó

Era difícil pensar en todas las maneras en las que no logras llegar a las personas, en que las dejas afuera, nunca las amaste y, aun así, ordenas la comida.

Si vivía donde vivía yo, en ese momento, era suficiente. Si hablábamos cada noche por teléfono. Si nadie más venía, un visitante con aceite de serpiente y demandas, para complicar nuestra niñez, esta podría extenderse frente a nosotras como una hermosa playa.