Bernardo Zannoni

Me enfadé con Dios, porque no podía hacer otra cosa. Quizá si no lo hubiera conocido no me habría lamentado tanto y habría aceptado todo según venía, como un auténtico animal. Pero sabiendo de quién era el mundo, me veía obligado a tener un enemigo, era algo instintivo.

Toda mi rabia se había desvanecido junto con mi abatimiento. Mi viaje se había convertido en un recuerdo ligero, una historia terrible pero antigua. Agarrando los papeles con la pata, advertí su peso, había cambiado para siempre. Había atrapado mi prisión en el papel.

Era de nuevo libre,

Aquel fue el momento en que lo encontré más cerca de Dios: el mismo momento en que yo no podía estar más distante

Soy el hijo de Dios, nacido zorro de Celine, por su voluntad.» Venga, escribe

Cambiaba tantas cosas. Insinuaba a Dios siempre que podía. La mayoría de sus hazañas y de sus aventuras se transformaban en misiones en nombre de la única verdad. Cada asesinato o robo o fechoría era una búsqueda de la luz

Conseguí detener ese ímpetu en mi garganta y reprimirlo con una sacudida. Bajé la mirada. Una profunda tristeza me abatió. Ya no me sentía un animal. Había cambiado mis instintos por dudas y preguntas, por ejercitar la razón, por falsificar mi naturaleza.

—Déjalo correr, si quieres conservar tu pellejo —concluyó Silas.

Esto es lo que hacen los hombres, entierran sus cuerpos —murmuraba—. Su cuerpo a la tierra, el alma al cielo. No quiero ser devorado por el primero que pase

Al día siguiente me desperté con las palabras de Sasha en los oídos: «Entre los dos, tendréis una vida breve». Y entonces empecé a pensar, retorciéndome las patas, que era verdad

Lo vi triste, más que yo. No entendía bien qué significaba sentirse como un bosque quemado, pero también yo conocía la soledad, el vivir por vivir