Rafael Villegas

Somos una variante de los humanos, tarde o temprano íbamos a terminar con cualquier cosa viva.

Sobrevivir porque eso está en todas las naturalezas

En ellos quedó asentada la imagen del zombi no sólo como un ser siniestro —el hombre o la mujer que conserva el aspecto humano, pero no los atributos humanos fundamentales de la razón y la voluntad—, sino también como un ser ajeno: una criatura que siempre será el otro, movido por propósitos o deseos desconocidos.

Durante los últimos años en México hemos sido testigos, de una forma u otra, del horror de la muerte y la violencia

Y a la vez, esas realidades parecen decirnos algo más: que nuevos tiempos exigen nuevas historias de horror, capaces de dar sentido a una realidad que para muchos es inasible, imposible de enunciar cuando se le contempla directamente

Él no quiso, porque sabía que la ceniza se retorcía en los contenedores, buscando inútilmente volver a formar un cuerpo.

No podían matar lo muerto, y la ceniza era tan cadáver como esas siluetas de colores brillantes que se movían en ese cuartito que hacía las veces de tumba y de mausoleo

En fin, incluso los zombis tienen dificultades para comprender su momento histórico; más en México, donde los núcleos académicos están invadidos por seres de ultratumba

que los muertos no han resucitado, porque no han vuelto a vivir. O sea, no están vivos. Vivos, tú y yo; ellos siguen estando muertos pero actúan como vivos, o casi. Sabemos que caminan y comen, pero quién sabe si caguen o duerman.

Siempre hemos sabido que nuestro mayor temor es el desconocimiento a lo que viene después. La idea de morir, de terminar para siempre, es un fantasma que se extiende sobre toda teleología humana

para un muerto sea volver, vivir, que lo obliguen a repetir el drama de los vivos.