Máximo Huerta

No es que me lleve mal con la tristeza, pero ya la viví

. Quizá el alma sabe antes que el pensamiento que las cosas se han roto. Y de ahí, a la voz. ¿Quién no ha amado como parte de la respiración? ¿Quién dijo que si mirásemos siempre al cielo acabaríamos por tener alas? ¿Flaubert? A Alice se le habían roto

Descubrir que se vive es el mayor hallazgo de la vida. Y la obligación es hacerlo. Esa era la gran obra. Vivir, vivir, vivir.

Lo difícil de un amor roto es que muy pocos están autorizados a recomponer las piezas. El propio causante, tal vez. Un nuevo amor, quizá. El tiempo.

Además, yo lloro con mucha facilidad, me cuesta poco porque tengo siempre la lágrima asomando.

«Por mucho que sople el viento no se apagan las estrellas». «Pero son niños», le dije. «Por eso sonríen», replicó ella. «Correspóndeles, ese ratito serán felices».

Ella sonreía a la vida con una expresión muy suya, con la boca apretada y los ojos irradiando luz, como si echara rayos de sol, como si quisiera decirnos que la vida iría bien, que apostáramos por la felicidad, que aunque se cayera el techo, aunque se desbordara el Sena, nada nos estropearía la fiesta. Ese optimismo se volvía contagioso y por eso sonreíamos exageradamente en la fotografía de los Fresnault.

En aquel instante, el mundo giraba a su alrededor. Y por efímero que fuese, lo que estuviesen sintiendo ya no se lo arrebataría nadie.

Será, por suerte, que la vida tiene muchas primeras veces.

—Te escribiré nada más llegar. Y sabrás que pienso en ti