Eugenio Fernández Vázquez

Por otra parte, si el Estado ha de pedir seriamente perdón por los atropellos cometidos, las disculpas deberían ir acompañadas por un proceso participativo e incluyente de construcción de una memoria colectiva y un relato público nacional —o, más bien, plurinacional—

Donde la víctima es objeto de un ataque, el vencido es sujeto de una lucha. Si la víctima padece la acción de otro, el vencido es el sujeto de la acción propia, aunque dicha acción no haya tenido éxito.

Que estos monumentos se hayan forjado y se mantengan en países cuyos mitos fundacionales refieren muchas veces a las guerras de Independencia habla mucho de sus sociedades.

Más bien, llevaron a la construcción de nuevas naciones que impusieron una nueva forma de colonialismo, pero esta vez interno, por el que los herederos de los conquistadores siguieron dominando a los descendientes de los pueblos nativos derrotados.

los gobiernos mexicanos de los últimos doscientos años renunciaron a llevar sus de por sí escasos esfuerzos redistributivos hasta aquellas regiones y optaron por pactar con los señores locales, por dejar intactas sus estructuras de opresión.

Como símbolos que son, las estatuas cargan consigo y dan cuerpo y materialidad a los mitos fundacionales de una sociedad y a los valores que la rigen.

Sirven para recordar a las víctimas de la Conquista que su lugar, aún en las sociedades modernas, es el de derrotados, el de sujetos dominados por los herederos de los vencedores.

Derribar esas estatuas es denunciar esa estructura social, es clamar contra el racismo y exigir una sociedad más igualitaria.

Entonces, ¿por qué erigir estatuas a gente que participó en esos procesos?
Más bien habría que condenar abiertamente a los supuestos héroes que contribuyeron a moldear ese pasado.

¿Por qué mantener en pie estatuas de gente así? ¿Por qué mantener esos homenajes a quienes sentaron las bases para un mundo como el que vivimos?