Edgardo Dobry

Todo lector verdadero sigue un hilo, aunque también pueden ser cien hilos a la vez. Cada vez que abre un libro retoma en sus manos ese hilo y lo complica, embrolla, desata, anuda, prolonga. «Toda línea leída es provechosa», dice el chino de un cuento de Hofmannsthal, a la espera de la pena capital, durante la revuelta de los Bóxer. La forma en que la literatura se teje en el cerebro es una versión impalpable de esas redes neuronales que causan la desesperación de los científicos. En el caso del C. elegans, un gusano transparente de un milímetro de longitud y provisto de 302 neuronas, hizo falta el

»Pidió a Zeus –y obtuvo– que Titono tuviera una vida eterna

Llevada a su extremo, la imitación es metamórfica. No solo reproduce algo que antes era extraño, sino que lo asimila. Introduce al imitante en el interior de lo imitado –y al revés. En la metamorfosis, la imitación invade una entidad por la que él mismo se deja invadir. Cuando el imitante vuelve a su punto de partida, ya no será el mismo. Ahora le pertenece algo de aquello que ha imitado. El caso puede volverse desesperado cuando no hay vuelta atrás en la metamorfosis. Entonces la metamorfosis, en lugar de expandir un ser, lo aprisiona. Si, en cambio, la imitación desarrolla una prótesis, esta se superpone por un cierto tiempo a un sujeto –y después puede prescindirse de ella.

prótesis se define por el hecho de que siempre puede desprenderse del sujeto que la lleva. Es ante todo imitación. Todo lo que es característico de la imitación la acompañará siempre, como un marco y como una duda radical. ¿Será capaz la prótesis de igualar todo lo que imita? ¿Será capaz de ir incluso más allá (esta es la duda más angustiosa)? La vía occidental del conocimiento ha sido la vía de la prótesis, es decir de la imitación. La técnica no es más que su momento culminante. Del todo opuesta era la vía védica, que transformaba la totalidad del ser individual en el momento en que operaba la separación del Sí y del Yo, del ātman y del ahamkāra, que es la «fabricación del Yo».

ra siempre.

El actor es quien vive de la imitación. El primer actor es el sacerdote. No hay teatro si antes no se ha abierto la escena para una relación con el dios. Esto es lo que perturba y precipita la visión de Nietzsche sobre el Schauspieler el

Platón aborrecía ante todo el cambio y la irregularidad, «porque seguir siempre la misma dirección y con la misma velocidad, y hacer y padecer siempre las mismas cosas, es un motivo suficiente para concluir que su vida está dirigida por la razón».

Téōsis, el «volverse divino»: camino igualmente seguido por ciertos paganos y por ciertos cristianos. Imitatio dei, imitatio Christi. La imitación era la única práctica que permitía encaminar un proceso de asimilación a algo desconocido, remoto y desbordante.

Para santificarse, así como para volverse culpable, era necesario imitar. No había otro acto que conjugase en sí los extremos del mal y del bien, el cielo y el infierno. Quien imita a alguien es un émulo potencial. El émulo es un adversario potencial y destructivo de quien es imitado. Si el émulo tiene éxito, puede incluso volver superfluo a quien es imitado. O, al menos, privarlo de su unicidad. Esto puede ser no menos grave.

insignificante es la clave de toda eficacia. Lo insignificante es el residuo. Ignorar el residuo es un imperativo del cerebro –y lo será también de la ciencia.

encuentro de Zeus y Alcmena introdujo un nuevo género en la literatura y en las cosas del mundo. Ya no se trataba de tragedia –ni podía llamarse pura comedia, porque en el escenario había, observó Hermes, «dioses y reyes». Maliciosamente agregó: «Sit tragicomoedia.» Desde entonces las formas se presentan bajo el sello de lo híbrido. Las manifestaciones de lo cómico y de lo tremendo iban a convivir, como viejos compañeros, alternándose y mezclándose bruscamen‍