Tatiana Tîbuleac

«Solo piensas en la muerte cuando te mueres, Aleksy, solo cuando te mueres, y eso es una tontería, una inmensa tontería. Porque, en lugar de todos sus sueños, la muerte es lo más probable que va a sucederle a un individuo. De hecho, lo único que le va a suceder con toda certeza.

Eso es lo que nos había enseñado la abuela a los tres: cuando vemos que sale la luna o el sol, hay que desear algo con toda tu alma porque se va a cumplir, se cumple sin falta. La abuela, ciega y sola como estaba, lo sabía todo sobre los deseos.

Los ojos de mi madre eran el deseo de una ciega cumplido por el sol

A mí me parece fascinante morir con los ojos llenos.

A veces me parecía que, sin nuestra escucha, Zahar Antonovich se habría secado, simplemente, como un árbol sin agua. Hay en el mundo gente así, gente que, si no cuenta cosas, no puede vivir. Para ellos, para esa gente siempre hermosa y a menudo loca, la vida debe ser una historia. Porque solo ahí, entre sus costillas blandas y mágicas, hacen ellos las paces con el mal y con el dolor, con las enfermedades y las traiciones, porque ellos lo saben. Saben que una historia no deja jamás las cosas sin resolver. Una historia —incluso la más breve, incluso la más triste— pone siempre buen cuidado en hacer justicia.

Mi madre tenía unos ojos verdes tan bonitos que parecía un despropósito malgastarlos en un rostro fermentado como el suyo.

11

Los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa

Si la muerte tuviera en cuenta la opinión de los demás, moriría mucha más gente adecuada.

, te he querido como he podido.»

La habría matado con medio pensamiento