Ella me respondió que las diminutas sonrisas que se le escapaban al señor al saborear el helado le habían dejado claro que la vida es algo que siempre se puede disfrutar. Dijo que ese hombre, que a su edad habría atravesado seguro épocas difíciles, que habría conocido el dolor de la muerte y la enfermedad, que habría sufrido el duelo de mil pérdidas distintas, de trabajos, de amores, de sueños, aún caminaba una tarde de verano de mil batallas después sonriendo al sabor del chocolate de una heladería de barrio. Que un placer tan insignificante era para él de lo más significativo en ese momento. De todo ello, Alegría concluyó: «Quizá vivir no sea más que eso, mamá. Ser capaz de sonreír al final del día y sentirte medianamente contento