Solo niego que este mundo ensombrecido, terrenal, de huellas de ciervos y musgo, sea algo menos valioso, menos real que esas dimensiones abstractas. Es más palpable para mi piel, más esencial para mi nariz enardecida e infinitamente más valioso para el corazón que late en mi pecho.
Este terreno de la experiencia directa, que vibra al ritmo de los grillos y es arrasado por las mareas, es el reino más devastado por las consecuencias de nuestro desprecio.