Para un humano, sería un frío glacial. Pero no para mí. Es relajante, revitalizante y refrescante. Puedo sentir que la fuerza y la salud me invaden cuando empiezo a nadar a un ritmo increíblemente rápido. Y puedo sentir cómo cambia mi cuerpo.
Mi pelo se alarga, adquiere vida propia mientras se arremolina y se agita en el agua. Mi piel se blanquea, pasando del color bronceado que me dio el sol al color de las perlas blancas. Mis uñas se alargan y se afilan ligeramente. Puedo respirar incluso bajo el agua. Puedo moverme sin esfuerzo por ella. Puedo ver tan bien como si estuviera en tierra, de noche o de día. Me siento conectada a la vida marina que me rodea. Los caracoles en las rocas de las profundidades. Los peces que nadan a mi derecha. Las plantas que se mecen en la ligera corriente de abajo. Incluso las pequeñas criaturas que no puedo ver con mis ojos. Todavía puedo sentirlas.