Jesús Zamora Bonilla

la civilización humana llega a su fin dentro de solo unos pocos milenios, y no digamos ya dentro de pocas décadas, entonces su duración habrá sido demasiado breve como para dejar como rastro una auténtica época del registro geológico, y habrá marcado, como máximo, un mero punto de inflexión, una frontera entre dos épocas no caracterizadas ninguna de ellas por la actividad humana, salvo porque hayamos contribuido al colapso de la primera.

Admitiendo, por tanto, que el Antropoceno es más una ficción conceptual y mediática que una verdad científica establecida o, como máximo, una sensata conjetura sobre lo que la geología de dentro de muchos milenios o incluso millones de años podría revelar acerca de nosotros, es hora de detenernos en el modo en que el concepto de Antropoceno está desenvolviéndose en el ámbito que de momento le es más propio, el de la discusión intelectual y filosófica.

Si es improbable que se conserven en un período geológico tan inmenso los objetos artificiales que nos rodean, de lo que podemos estar completamente seguros es de que no se conservará nada en absoluto de nuestros «relatos», incluido el relato sobre el «capitalismo».

los seres vivos tienen zoé, o sea, son seres vivos, pero somos únicamente los seres humanos quienes podemos tener bíos, una «biografía», es decir, quienes podemos entender y plantearnos nuestras vidas como algo merecedor de un «relato», como algo que puede ser contado. No es que no podamos «narrar» la vida de un animal, sino que él mismo no puede planteársela como un conjunto de episodios «narrables». Digamos que lo que nos distingue a los humanos es nuestra capacidad de contarnos cuentos, y de que nuestra vida dependa en buena parte de esos cuentos, hasta el punto de que vemos nuestra propia vida como una historia de la que somos el protagonista.

ser una persona, y no un mero animal, consistiría en saberse un personaje, de la propia historia y de las de quienes nos rodean. Por no dejar aún el campo de la etimología, conviene recordar que la misma palabra latina persona (como su traducción al griego, prósopon, de donde la figura literaria de la «prosopopeya»: personificación de un animal o de algo inanimado) significaba originalmente «máscara de actor»,64 de modo que llamarnos «personas» no es más que otra metáfora por la que nos autocomprendemos bajo la forma de «personajes de una obra».

La principal diferencia entre ambas visiones sería que el transhumanismo consiste básicamente en un conjunto de enfoques sobre cómo «mejorar» al ser humano mediante la tecnología, mientras que los posthumanistas piensan que ya hemos dejado de ser «humanos», y que, en todo caso, más que «mejorar» al ser humano, lo que hay que hacer es «deconstruirlo».

trans-humanismo es una corriente de pensamiento arraigada en la noción ilustrada de un incesante progreso técnico y social, impulsado por el desarrollo continuo del conocimiento científico, y también en la idea típicamente racionalista de que lo más característico del ser humano es su inteligencia, para la que las limitaciones del organismo «natural» serían nada más que un obstáculo que ir corrigiendo.

el posthumanismo es según sus defensores un movimiento radicalmente antiilustrado, que sospecha de los ideales de progreso y racionalidad a los que ve como meros disfraces del intento de dominio de unos seres humanos (los varones blancos, europeos y ricos, muy principalmente) sobre el resto de la humanidad y de la naturaleza.

el humanismo, o sea, la noción de que hay una esencia humana universal. Frente a esto, las posthumanistas proponen la idea de un sujeto nómada (Braidotti), que no solo permitiría recoger la enorme diversidad de experiencias y culturas que encontramos en el mundo global, sino que reconoce también la propia flexibilidad con la que cada individuo puede reconocerse en diferentes «identidades».

rechaza el antropocentrismo, la idea de que los intereses del ser humano son los únicos que deben tenerse en cuenta a la hora de organizar la sociedad, la economía y la política. El hombre debe dejar de ser «la medida de todas las cosas»