se enamoró de ella pensando. Sintiendo también, pero pensando sobre todo. A Benito, de María le dejaron tonto su curiosidad, su inventiva, su cachondearse de todo, sus ganas de mirar, de estar allí, su sentido común, que quería común al suyo; su verbo enloquecido, su capacidad de asociación, su coco tutti-frutti. Pero la cosa era aún mucho más grave: todas estas virtudes y usos encomiables no le valían a María para resultar erudita, magnética, sabia, capaz, intersantísima (que también). Sino para ser —para resultarle a él—, sobre todo, concluyentemente divertida. Para revelársele a Benito como un festival de pasmos delirantes, una rave sin fin que dejaba chiquitas las del Benicàssim ese. Sentía envidia de María porque ella estaba consigo misma.