Las hogueras azules

Amo escribir,
las hogueras azules
del lenguaje
confortan.

El corazón cabalga.
Nada más se ha movido.
Agudo y áspero
se desvanece
el instante de caos.

Un recuerdo de Tokio:
en las afueras,
el canto abrumador de las cigarras
y una pagoda verde envuelta en luz.
Donde acaba el jardín empieza el cementerio.
Los gatos callan y la lluvia cae.
Alguien ha puesto caperuzas rojas
sobre las cabecitas de los budas.

Raras veces el tiempo
se ha dejado tocar el corazón.
Somos la mano que intenta tocarlo.

Somos lo que el cerebro oculta entre sus ramas.

tiernos
como el desorden de una habitación

Somos lo que más miedo nos da ser,
la trayectoria errónea de un satélite

si el espacio es un músculo
que jamás se destensa
y hemos sido felices
mientras se extinguía todo;
bajo una sombra u otra,
separados o no.

e este mismo verano:
en San Jacinto, el ficus macrophylla
con su sombra de especie;
en el Kasuga-taisha, los árboles kami,
las shimenawas blancas,
los turistas, los ciervos;
en Hendaya, abedules
claros como albas rectas;
en Sandia Peak, los pinos
contemplando el Río Grande,
y en la Alpujarra,

No puedo predecir cuándo caerán los higos,

pero escucho el impacto

de su cuerpo en la yerba.