Plegarias de un inquilino

Es evidente, escribía un Baudrillard resignado, que una mujer siempre sabrá acariciar mejor a otra mujer que cualquier hombre. Es una apreciación arriesgada, pero en tantos casos cierta: las mujeres conocen su cuerpo porque lo vuelven realidad sumando las miradas codiciosas, excitadas de los otros: saben bien que desde la curva de sus muslos varias vidas pueden resbalar e irse al infierno. Dos mujeres acariciándose son la absoluta metáfora del vacío, de un placer sin descendencia, ni principio, ni fin.

En opinión del filósofo era necesario estudiar menos filosofía y pensar más, poner menos atención en la literatura y concentrarse más en las letras. Dejarnos de tonterías como memorizar argumentos, nombres de autores, fechas e iniciar una inmersión en las profundidades del lenguaje que, como sabemos, es la casa del ser.

Una mujer desnuda carece de misterio, excepto porque en el justo momento de la desnudez su rostro cambia, pasa a segundo plano. Y es hasta entonces cuando se vuelve más seductor.

Cuando era un adolescente me atraían tanto las jóvenes hermosas. Me pasaba horas contemplando su figura, como el que mira la navaja con la que se cortará las venas. Ellas ni siquiera se dignaban a obsequiarme una mirada porque ya desde esa edad eran conscientes del poder que la fortuna les había otorgado (malditas presumidas).

La belleza discreta es una casa amable para habitar, una casa humilde, pero cálida; todo lo contrario a la televisión que insiste en colmarnos de bellezas esperpénticas, exhibicionistas, mujeres y hombres que se ofrecen a nuestros ojos sin ninguna reserva.

No aprobaba que su nieto fuera empujado por su madre a presentarse todos los días a una escuela donde los profesores, tiranizados por sus mujeres, acostumbraban desahogar sus vejaciones en sus indefensos alumnos.

Hablar en público nos hace mentirosos de principio. Ni siquiera en las bodas se salva uno de mentir cuando felicita en voz alta a los novios (a mí siempre se me antoja la novia). Si uno se dirige al público, a la masa, a los espectadores, miente aunque diga la verdad: “Me admira cómo se puede mentir poniendo uno a la razón de su parte”, escribió Sartre en La náusea.

Hacerse viejo antes de tiempo: no creo que exista mejor consejo para cualquier joven. “Desconfía de aquéllos que tengan más de treinta años”, esta frase, verdadero grito de batalla, tendría que ser suplantada por una muy diferente: “Desconfía de los jóvenes que no consideren estar a un paso de la tumba”.

tan pocos los que nacen viejos o con el alma cansada. La mayoría de los jóvenes repetirá con exactitud cercana a la locura los pasos de quienes les precedieron. Schopenhauer se quejaba de la aburrición que le causaban estos jóvenes comunes.

Cuando una mujer se desnuda su rostro embellece. Un pudor que viene del principio del mundo, una malicia que se asoma en los ojos, un saberse mirada hace que su rostro se imponga sobre su desnudez.