Kintsugi

La familia es una máquina de
producir ficción sobre sí misma.

el deseo se confundía con el dolor, tan fácil. Y ella se había vuelto adicta a ese despegarse del mundo, a que la quisiera alguien que jamás pensó que se fijaría en ella y su mirada siempre en el suelo, el pelo tapándole la cara. A que él la viera. A que él le hiciera preguntas, le tomara fotos, la grabara mientras se tocaba y salía de ella ese grito que la abría y que se convertía en sonrisa, en una nueva forma de rendirse. De apagarse.

Quién sabe por qué decidimos querer a quien queremos y a quien dejamos que nos haga daño.

Dice que porque le tiene miedo a los aviones, pero Eduardo sabe que a lo que verdaderamente tiene miedo es al lugar donde los aviones pueden llevarla

nuestra familia las preguntas son de mala educación, indican que hay algo que no sabemos, algo que podría estar mejor.

Nunca supe elegir. Siempre me iba con los que me adoraban por cinco minutos o los que me aburrían por tres años. Sin puntos intermedios.

Por más que lo intentara, siempre iba a quedar un agujerito aquí, una pieza faltante por allá. Así estaba su mundo hoy: lleno de grietas

Nunca supe elegir. Siempre me iba con los que me adoraban por cinco minutos o los que me aburrían por tres años. Sin puntos intermedios

mientras mi teléfono vibra con más y más mensajes del innombrable (innombrable porque ya había aburrido a todos mis amigos con sus historias. Innombrable, también, porque sólo pronunciar su nombre y ya el corazón empezaba a pesarme, lleno de avispas)

Y ahí estaba yo: la tía desastre