No obstante, el argumento de Davidson a menudo da lugar a un equívoco. Lo que establece, en realidad, es que no es lógicamente imposible que una razón sea una causa. Pero no dice nada sobre su rendimiento explicativo. Nuestras descripciones de las creencias y los deseos hacen referencia a las acciones que producen. Cuando intentamos relacionar nuestras creencias con descripciones más informativas de esas acciones, a menudo llegamos a conclusiones falsas, algo que no ocurre con el mundo físico (Rosenberg, 1988: 47). Por ejemplo, podemos sustituir la oración “La causa del hundimiento del Titanic causó el hundimiento del Titanic” por “El choque con un iceberg causó el hundimiento del Titanic” o incluso por la aún más informativa “El choque con un iceberg causó la mayor pérdida de vidas en un accidente marino en 1912”. En cambio, no podemos sustituir “Juan se embarcó en el Titanic porque quería presenciar el primer viaje del mayor trasatlántico de 1912” por “Juan se embarcó en el Titanic porque quería presenciar la mayor catástrofe marítima de 1912”.
Así que el problema no es tanto que los deseos y las creencias sean interpretables y nuestra capacidad para desentrañar su significado sea muy limitada, sino que ellos mismos son actos de interpretación. Por así decirlo, los deseos y creencias, lo que piensa efectivamente la persona que actúa, ni siquiera están muy claros en su propia cabeza. Mucho menos para los científicos sociales. Se trata de un asunto bien estudiado por una ya amplísima familia de estudios que iniciaron los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky. Muchos de sus experimentos estaban dirigidos a mostrar cómo interpretamos de forma radicalmente diferente situaciones que son objetivamente idénticas