Discurso y verdad

Este problema del decir veraz sobre uno mismo vuelve a encontrarse, como es obvio, en la práctica judicial, y más particularmente en la práctica penal.

El parresiasta ya no se dirige a una asamblea ciudadana para perturbar un consenso, sino que, en cambio, se dedica a transformar un alma.

Su inquietud apunta a la relación ética del sujeto con la verdad: el tipo de libertad y coraje que ese sujeto pone en juego al manifestar públicamente una verdad por la que responde en persona y que genera una tensión con sus interlocutores.

Pensar por uno mismo y tener el coraje de un juicio crítico autónomo es la lección de la Ilustración.

Pensar por uno mismo y tener el coraje de un juicio crítico autónomo es la lección de la Ilustración.

Con todo, a juicio de Foucault la dimensión ética de la parresia se concentra en las prácticas de “dirección de conciencia” tal como se presentan dentro de los círculos filosóficos en la época helenística y romana.

parresiasta como consejero del príncipe

parresiasta, tal como lo describe Isócrates –por ejemplo, en su discurso Sobre la paz–, es aquel que –a la inversa de los demagogos, que sólo buscan hacer oír al pueblo las opiniones que suenan gratas a oídos de este– asume la tarea de proclamar verdades desagradables de escuchar, que generan disenso y entrañan el riesgo de una reacción popular hostil.

Ser un sujeto activo en una democracia es poder pronunciar una palabra libre; vale decir que un régimen democrático debe permitir y hasta garantizar a sus miembros –además de la igualdad ante la ley– la capacidad de poder hablar en su propio nombre a fin de enunciar libremente sus convicciones sobre el bien común, aun si a raíz de ello se perturba un consenso, aun si este uso de un hablar veraz amenaza con introducir una desigualdad, por ejemplo cuando el parresiasta, al manifestar ese coraje, termina por conquistar un ascendiente sobre los demás.

Una cosa, en efecto, es saber cuáles son las diferentes “necesidades” internas a las que debe ajustarse el sujeto para emitir un discurso verdaderamente verdadero, y otra, conocer los tipos de “obligaciones” que una cultura cataloga e inventa para obligar al sujeto (o en virtud de las cuales este se obliga libremente) a decir la verdad frente a otro.