ni siquiera la propia madre sabe lo que significa ser una mujer. La solución del enigma de la feminidad carece de modelos, es singular, antiuniversal, particularísima.
Violencia y resignación
Esto puede conllevar también el riesgo de que una mujer caiga en una dependencia de un hombre que le dé la impresión de poseer, de forma ilusoria, la verdad sobre ese enigma. Si su propio ser le rehúye, si carece de un uniforme identificador estable, el hombre puede ofrecer a la mujer una forma estable con la que identificarse. Esta es la atractiva posición que puede ejercer el fantasma masculino: convertirse en objeto de un hombre es una manera de rechazar inconscientemente su feminidad, de liberarse de la dificultad de dar una forma realmente singular al deseo femenino. Este es el caldo de cultivo de la violencia masculina: ofrecer a la mujer la ilusión de una referencia identificadora estable, segura, cierta, aun cuando ello pase a través del uso más brutal de la violencia y de la humillación. ¿No es precisamente esta dificultad la que entrega en ocasiones a una mujer a los brazos de quien en realidad la agravia? La mujer que rechaza inconscientemente su propia feminidad puede llegar a creer que solo se puede ser mujer entregándose pasivamente a un hombre, siguiendo acaso el ejemplo sacrificial de la propia madre.