Los pescadores

El odio es una sanguijuela.
La cosa que se pega a la piel de una persona; que se alimenta de ella y vacía la energía de su espíritu. Cambia a una persona, y no se va hasta que no ha exprimido hasta la última gota de su paz. Se agarra a la piel del mismo modo en que lo hace una sanguijuela, cavando más y más profundamente en la epidermis, de forma que arrancar al parásito de la piel implica arrancar esa parte de la carne, y matarlo es autoflagelarse

Madre desapareció durante dos semanas. Estaba, descubriría más tarde, en un hospital psiquiátrico, escondida como si fuese un peligroso material explosivo. Se había producido el estallido de un cataclismo en su mente, y su percepción del mundo conocido estaba hecha añicos.

espacio de Madre en la habitación de la vida se encogió gradualmente a medida que pasaban los días.

Volvió a su sitio, en silencio, rodeado de legiones creadas por las palabras de Madre.

propia mente, y quedó claro de repente —de ese modo que tienen las cosas de verse siempre más claras solo cuando ya han pasado— que Ikenna era un pájaro frágil y delicado; era un gorrión.
Las cosas pequ

Su chi, el dios personal que los igbo creían que tenía toda persona, era débil. El suyo era del tipo efulefu: el centinela irresponsable que a veces abandonaba a sus sujetos y se iba a hacer viajes lejanos o recados, dejándolos desprotegidos. Por ese motivo,

Fue la semana de agosto en la que el

que el dream team olímpico de Nigeria llegó a la final de fútbol masculino. Las semanas anteriores a eso, los mercados, las escuelas y las oficinas se habían iluminado con el nombre de Chioma Ajunwa, que había ganado el oro para este país destartalado. Y ahora, el equipo masculino, tras ganar a Brasil en la semifinal, estaba en la final con Argentina

Madre era una halconera.
La que permanecía en las colinas y observaba, tratando de evitar cualquier cosa mala que percibiese que se aproximaba a sus hijos. Guardaba copias de nuestras mentes en los bolsillos de su propia mente, y de esa forma podía olfatear los problemas desde que empezaban a formarse, del mismo modo en que los marineros alcanzan a discernir el embrión de una tormenta.

Había más palabras colgadas febrilmente de sus labios, pero no salieron. Parecían retraerse hacia el interior, como si estuviesen atadas con una cuerda que una mano invisible tirase hacia atrás desde dentro de él. Después, como si no estuviese seguro de qué decir o hacer, y sin esperar a que ninguno de nosotros hablase —pues Boja había empezado a decir algo en ese momento—, se giró y continuó caminando para cruzar nuestra entrada, y nosotros lo seguimos.