Dejé la puerta del cuarto de baño abierta de par en par y salí al espacioso pasillo, maldiciendo entre dientes.
—Eh…, hola —dijo una voz profunda, y mis ojos saltaron del charco que estaba creando en el suelo de madera noble.
Un grito de asombro estalló en mi laringe al mirar a los ojos del tío del traje.