En las afueras industriales de la ciudad, en extensiones kilométricas de brillantes pantanos compactados con basura y coloridas bolsas de plástico, se encontraban los expulsados que habían sido «reasentados». Allí el aire era nocivo y el agua venenosa. Nubes de mosquitos sobrevolaban las charcas verdes y espesas. Las madres sobrantes, apostadas como gorriones sobre los escombros de lo que fueron sus casas, cantaban nanas a sus hijos, también sobrantes