La mujer habitada

Tenía derecho a soñar con ser algo y ser independiente.

Nadie que ama muere jamás.

Nadie se había percatado de aquel intercambio. Ella y él estaban solos en el mundo, hablándose un lenguaje de señas.

Finalmente había trascendido sus miedos. Por fin creía, confiaba. Estaba segura de querer estar allí, compartiendo con ellos, con estas personas y no otras,

la violencia no había sido una opción; sino una imposición.

Lágrimas que eran a la vez nostalgia y propósito.

No sé si algún día de éstos voy a empezar a llorar sin poder detenerme. Llorar por los que no he llorado.

Decimos que uno se acostumbra a aceptar la muerte como parte de este oficio. A verla de frente, sin bajarle la vista. A verla con naturalidad. Pienso que, más bien, lo que sucede es que la negamos.

Tenía que decirles lo sucedido, pero sentía como si Felipe fuera a morir en ese momento. Sólo en ese momento la muerte de Felipe sería real, en el momento en que se los dijera. Y no le salían las palabras. Iba a decirlo y volvía a llorar.

Las mujeres entrarían a la historia por necesidad. Necesidad de los hombres que no se daban abasto para morir, para luchar, para trabajar. Las necesitaban a fin de cuentas, aunque sólo lo reconocieran en la muerte.