Bogotá, 1982.
Gabo, un niño de ocho años, amante del fútbol y poseedor de un coeficiente intelectual por encima de la media, urde un plan maestro. Huirá de casa antes de que la aguda crisis de pareja por la que atraviesan sus papás adoptivos explote y él, al igual que en épocas pasadas, quede sin sustento. Cayendo eternamente, en el vacío.
Para tal fin, Gina, su mejor amiga de El Liceo Juan de Segovia, el colegio para niños genios en el que ha ingresado en enero de ese año, se ha ofrecido a ocultarlo entre la casa de las muñecas. Una diminuta cabaña ubicada en el jardín exterior de su propia residencia.
Sin embargo, la madrugada en que Gabo emprende el viaje hacia esa dirección, todo cambia por cuenta de un atraco. No solo porque durante las horas posteriores es dejado a la deriva en el sur-sur-sur de la ciudad, donde a simple vista ubicarse es imposible, sino porque a partir de ese momento comienza a descubrir secretos inviolables de la vida. Como, por ejemplo, que el olvido es el único recurso veraz con que cuenta la memoria, así como que la realidad es un constructo artificial, un sistema estructurado de valor, que ha levantado el hombre para el hombre a partir de un elemento circunscrito al orden de los sueños: la palabra.