Si bien el lenguaje inclusivo ganó notoriedad en 2018, la estrategia de intervenir la lengua con determinada intencionalidad política2 no es un fenómeno novedoso. Ni en nuestro país ni en el mundo, tal como veremos más adelante. En Argentina, hace varias décadas que diferentes actores sociales (no casualmente, grupos subalternizados en términos de identidad sexual3) vienen ensayando diversas maneras de evitar que nuestro idioma funcione como una tecnología invisibilizadora y discriminadora de determinadas identidades.