miró a Torval mover los labios. Estaba a unos diez metros, doce a lo sumo. Hablaba a un micrófono oculto en la solapa. Llevaba un pinganillo en la oreja. El micrófono del móvil lo llevaba sujeto bajo la chaqueta, no lejos del arma de fuego activada por la voz que llevaba disimulada en el brazo, de fabricación checa, otro emblema del talante internacional del distrito en que se hallaba