El alumno aventajado

Pero, para entonces, Barbara, incomprendida y sin comprender, iba dando tumbos hacia la eternidad.

Pero era como si, tras las conversaciones corrientes, se escondiera algo completamente distinto, como si las palabras cotidianas fuesen solo cáscaras de algo extraordinario, maravilloso.

El pequeño era feo, de una fealdad francamente robusta.

Su debilidad, tanto tiempo contenida por el poder de una voluntad rigurosa, se manifestó de pronto.

Porque a nada se acostumbran los hombres más fácilmente que a los milagros si estos se repiten una, dos o tres veces. Ah, la naturaleza de los hombres es de tal forma que hasta se vuelven malvados cuando se les niega aquello que les procuró un mero golpe de fortuna… Así son los hombres