Cuando alguien acude a la consulta de uno de esos terapeutas que vende sus servicios a un precio que duele pagar, suceden como mínimo dos cosas. Una, la obvia, es que pretende resolver un problema o una situación. Y dos, que está dando cuenta de que el espacio público, las instituciones públicas, no se han hecho ni se hacen cargo de su dificultad. Cuando acudimos a la consulta de un terapeuta, a la clase magistral de un gurú, a las sesiones de un coach, queremos saber qué nos pasa, por qué y cómo podemos solucionarlo. Esa visita, clase o sesión, que supone un robo para nuestros bolsillos y nos señala como huérfanos de conocimiento, es el más fiel testigo de un desahucio social. ¿Qué sociedad hemos construido, que es incapaz de satisfacer este deseo natural de saber, salvo arrojándonos en manos de estos nuevos sofistas, de estos glamurosos mercaderes del conocimiento